Cuenta la leyenda que en los albores de la historia, mucho antes de la época del infante Alfonso de Aragón y Foix, hace más siglos de los que podamos recordar, las tierras que ahora ocupa el señorío de Polop estaban regidas por un rey justo y sabio, movido únicamente por el amor a su tierra.
Cuando le llegó la vejez y una cruel enfermedad se apoderó de él, quiso dejar prevista su sucesión de manera que quedara asegurado el bienestar y la felicidad de sus gentes. Pero se encontraba con un grave y extraño problema, que no había tenido el coraje de afrontar en sus años de esplendor. Y era que, por inescrutables designios de la Providencia, su amada esposa, justo antes de morir, había dado a luz tres hijos juntos y nunca pudo decirse de ninguno de ellos que fuera mayor en edad que los otros. Quedando descartada la edad, no quiso el rey dejar al azar su sucesión y reflexionó y se devanó los sesos pensando cuál sería la mejor herencia que podría dejar a sus amados súbditos, que para él eran más que eso, su familia, sus hermanos.
Decidió entonces someter a sus tres posibles herederos a una prueba que demostrara que podrían convertirse en los monarcas adecuados para acompañar a su pueblo hacia una vida justa y feliz. Después de mucho cavilar decidió que reinaría aquel que fuera soberano de sí mismo y demostrara sensatez, integridad, firmeza y compromiso. Y así, con esta idea, pergeñó una prueba que sacara a la luz el verdadero corazón y la actitud de sus hijos ante la adversidad y ante la vida. Mandó encerrar a los tres en una prisión, cada uno en una celda diferente, compartida con presos de origen incierto y les dijo solamente que de ellos mismos dependía su salvación y que quien primero se liberara reinaría.
El primero de ellos, excelente jinete, gran cazador, acostumbrado siempre a vencer y a destacar sobre todos, al verse allí encerrado montó en cólera y apeló a la dignidad de su nacimiento y a su superioridad sobre todos para exigir que le liberaran. Se enfureció, insultó, gritó, porfió, despreció, amenazó, maldijo a la familia de su carcelero, a la de sus compañeros de celda, a la memoria de su padre… pero nada logró con ello.
El segundo, que a diferencia de su hermano, era conocido por su carácter suave, se limitó a acomodarse en su jergón, con resignación. En nada le afectaron las presiones de sus compañeros de celda, que le instaban a actuar diciendo: “Sois el hijo del Rey, podéis aspirar a algo más, pedid hablar con él, que os explique este absurdo malentendido, nunca habéis obrado mal, no es justo que el Rey vuestro padre os castigue de esta manera…” pero él insistía en que no quería contrariar a su padre, que no quería forzar la situación, que si le había encerrado, sus motivos tendría… que, en realidad, no se estaba tan mal allí y que si la cosa se tenía que arreglar ya se arreglaría por sí misma, de una manera natural.
El tercer hijo, al que nadie habría tachado nunca de pusilánime ni de pendenciero, lo primero que hizo fue mandar callar a sus compañeros de celda y analizar la situación. Retirado en un rincón, se concentró en encontrar los motivos que habían llevado a su respetado padre a ponerle en semejante situación. Pensó que el monarca era un hombre justo que amaba a su pueblo sobre todas las cosas y que, sin duda alguna, su decisión era acertada. Trató por todos los medios de ponerse en su cabeza y en su corazón para llegar a comprender las razones que le habían llevado a tan tremenda prueba y, después de mucho reflexionar, llegó a la conclusión de que el Rey buscaba un sucesor que amara a su pueblo como a sí mismo, así que se centró en amarse y salvarse para tener algún día la oportunidad de poder poner toda su vida en favor de sus súbditos. Su objetivo sería salir de la prisión, y sabía que podía hacerlo, porque su padre nunca le habría propuesto una misión imposible. Así que no optó por exigir con arrogancia al carcelero que le abriese, como el primero de sus hermanos, ni optó por descartar todo intento, toda lucha, como su hermano el segundo, sino que, educadamente, con firmeza y respeto, se dirigió a su carcelero y le hablo así: “Como tú sabes, mi padre, el Rey, ha ideado esta prueba para garantizar que su reino sea en un futuro gobernado por un soberano fiel y entregado al bienestar de su pueblo. Sé bien que es a ti a quien mi padre ha encomendado una labor tan importante como ingrata, lo que muestra la confianza que en ti tiene y que te considera un fiel súbdito y un fiel sirviente. Del mismo modo, deposito en ti la confianza mía, y te digo, con el corazón en la mano, que nada me llenaría de más satisfacción y de más orgullo que poder un día continuar la labor de mi padre y llegar a ser también yo un fiel servidor de mi pueblo. Para ello, necesito salir de aquí. Como ves, la celda carece de ventanas, los muros son atroces, y los cerrojos son todos ellos de extrema seguridad. Se me ocurre una forma sola de abandonar la prisión y llegar a ser un día el rey que mi tierra necesita, y ella es pedir tu colaboración. Tú eres el depositario de las llaves, en tu mano está mi liberación. Te pido a ti, fiel carcelero, representante de mi pueblo y merecedor de la confianza de mi padre y señor, que haciendo uso del poder que te ha sido conferido, abras esta puerta que me encierra y me ayudes a salir para que pueda yo dedicar el resto de mi vida a servir a mi pueblo.
El carcelero, al oír estas palabras, echó sus fuertes manos al cinto, extrajo las llaves de la celda, abrió la puerta y, con una gran sonrisa, dijo: “Dios le guarde, nuevo Rey. La instrucción que me dio su padre fue sencilla: abre a aquel que mantenga la calma, piense en el bienestar de su pueblo y te pida ayuda con firmeza y respeto a tu persona. Aquel que así se comporte demostrará que es soberano de sí mismo, que tiene un corazón generoso y que sabe qué es lo que necesita su pueblo. El que así se comporte habrá comprendido mi intención, y el que así se comporte reinará”.
Y desde ese lejano entonces, y hasta ahora, Benidorm, La Nucía, Alfaz del Pi y Chirles y todo el señorío de Polop, está habitado por gentes nobles, dueñas de sí y de generoso corazón.
Publicado en enero de 2015 en el Llibret de fiestas en honor a Sant Antoni abad, Benidorm.