¿Qué tienen en común el modelo EFQM de excelencia empresarial, el Marco Común Europeo para el Aprendizaje y la enseñanza de Lenguas y el Humanismo Renacentista?
Fácil respuesta, señores: la apuesta por la mejora continua, por el aprendizaje a lo largo de toda la vida, por la perfectibilidad del hombre «proteico y camaleónico» de Pico della Mirandola…, por el cambio transformador.
La perfección implica conocimiento previo de toda cualidad o característica, es arrogante, inmovilista, conservadora, mira al pasado. Defiende el estado de cosas. La perfección de un contrato es el momento en el que concurren todos los requisitos (todos, ni uno mas). Perfeccionar es acabar, terminar, concluir. La perfección es la muerte, inimaginable ya toda esperanza.
Buscar la perfección es querer «saber», dominar lo conocido. Buscar la mejora es querer aprender, mirar al futuro, ser conscientes de lo desconocido. El aprendizaje es humilde, creativo, innovador.
Saber es un estado centrado en uno mismo; aprender es un camino hacia los otros, hacia un mundo mejor.
Dios es perfecto. «Dios no cambia. Permanece siempre en la misma perfección» escribía en 1961 Vicente Sánchez Luis en La doctrina de Jesucristo, destinada a 4º de bachillerato. El hombre es siempre perfectible, siempre en proceso de cambio, nunca perfecto, siempre con la opción de ser mejor.
Cumplido mi cometido, basta por hoy. (No se preocupen: seguiremos mejorando…).