Reproduzco a continuación el poema titulado «Las puertas cortafuegos», incluido en la página 29 de mi libro Las siete en Canarias y que lleva la siguiente dedicatoria:
A mis padres, que han vivido en perpetua jornada de puertas abiertas
Estar muerto es querer que nada cambie
es protegerse de todo antes de tiempo
es cerrarse al dolor con puertas que no abren
es ceder por competo al execrable miedo.
De la sabiduría y la serenidad de mi madre ya he hablado en este blog (véase la entrada Las virtudes de los cazadores esquimales del pasado 27 de enero). Del entusiasmo y la genialidad de mi padre hablaré el 7 de septiembre próximo.
Con este poema quiero hoy rendir un homenaje a los dos al mismo tiempo, unidos en su espíritu constructivo y su vocación de servicio y, sobre todo, en el ejemplo de una vida sin miedo, pasaporte imprescindible para la libertad y la plenitud.